Estanislao
Zuleta:
El arte de la conversación
William
Ospina
La
sociedad moderna es víctima de la superstición de la escritura. Cree, a
diferencia de la remota antigüedad y de algunos hombres a lo largo del tiempo,
que la única perduración posible de un pensamiento está en que sea escrito,
ojalá lo más rigurosamente posible. Está en esta creencia la sensación de que a
las palabras se las lleva el viento, y también la sensación de que lo que
escuchamos pertenece al olvido y lo que leemos pertenece a la memoria.
Igualmente yace allí la idea moderna de que sólo es válido lo que se produce de
un modo industrial y puede alcanzar así muchedumbres. Hablar es hablar para
unos pocos, escribir es escribir para todos. Hablar es escribir en el viento,
escribir es hablar con la eternidad.
Me
llegan estas consideraciones pensando en el más hermoso e intenso caso de
magisterio verbal que hayamos presenciado; la vida de Estanislao Zuleta, cuyo
cuerpo entregamos a la tierra hace apenas tres semanas.Ya he oído deplorar que
su inmensa inteligencia se hubiera disgregado con sus días, en exposiciones
verbales, en conversaciones casuales, y carezca por ello del rigor y de la
firmeza de lo escrito.
No
sólo no comparto esas deploraciones. Más de una vez en vida suya me pregunté
por qué Estanislao prefería socráticamente hablar a escribir, y me pregunté qué
tan adecuada a laépoca y a la importancia de su labor intelectual en era esa actitud.
Hoy sé que Estanislao tenía razón; y estos primeros y dolorosos días de su
ausencia ya me han enseñado algunas cosas nuevas sobre él, porque quien ha sido
un verdadero maestro no cesará de enseñarnos, aunque su cuerpo pertenezca a la
danza ciega de los elementos, aunque su voz no sea ya más que uno de los
insonoros cauces de nuestra mente.
En
alguna parte de su obra, Borges dice que el olvido no existe. En otra, que el
olvido “no es más que una de las formas
de la memoria, su oculto sótano”. Aquello que intuyó el poeta es lo que
pensó nuestro filósofo. Estanislao descreía del olvido. Fiel a su maestro
Freud, sabía que todo lo que ha pasado por nuestras almas permanece en ellas,
vivo y activo, aunque no aflore nunca a la conciencia ni se emancipe en
lenguaje. Estanislao no podía creer, como tantos, que perdía el tiempo
discurriendo sobre los grandes enigmas del mundo ante pequeños y tal vez
casuales auditorios; no cabía en su espíritu la sospecha de que se derrochaba.
Era un huésped gozoso del presente. Por eso solía repetir las palabras de
Goethe:
No la busques en el pasado
por medio de la añoranza,
no la busques en el futuro
por medio de la esperanza,
porque la felicidad está siempre aquí
está en ti,
eres tú quien no estás a su altura.
No
creo que le importara demasiado la repercusión que su pensamiento pudiera tener
en regiones y edades distantes. Le importaba estar allí, en ese presente
evanescente y precioso, en ese momento supremo e irrecuperable,persistiendo en
su fidelidad a unos principios que alcanzó muy temprano, dispuesto a no
despreciar los tremendos o deleitables enigmas del mundo, y le complacía poder
compartirlos con otros en el momento mismo en que se trasmutaban en orden y en
lenguaje.
Nadie
puede pensar que su gusto por el lenguaje oral fuera una forma de la evasión o
el facilismo. Hay en sus conferencias, en sus charlas, un rigor tal, una tan
serena dosificación de su vasta cultura, que nos sorprende cuando las vemos
transcritas el que no hubieran requerido esquemas previos, planificaciones y
arduos borradores. Está en ellas por igual la felicidad del pensamiento y el
deleite del lenguaje; un abandonarse a la aventura de pensar, sin más
restricciones que el respeto por la lógica y la continua vigilancia de
supersticiones y prejuicios.
No
había para él interlocutores despreciables o indignos. Cualquiera podía ser su
contradictor, y siempre lo vi lanzarse a la discusión con una alegría y un
entusiasmo casi infantiles. “Sólo una cosa no hay: es el olvido”. Estanislao
pudo haber sido el autor de aquella respuesta que dio Antístenes en Atenas a un
joven que se quejaba de haber perdido los manuscritos de unos Comentarios
morales: “Más te valdría haberlos escrito en tu alma y no en el papel”. Si todo
lo que recibimos permanece en nosotros y obra en nosotros y nos constituye, tal
vez sobre ese excesivo desvelo moderno por conservarlo todo en la tinta y el
libro.
Pero
él amaba los libros. En su compañía vivió la vida entera, y a la sombra de un
alto anaquel cargado de sus libros queridos yació solitario las primeras horas
de su muerte. Silenciosa y clamorosa compañía: no de otra manera le habría
gustado morir, que simbólicamente tutelado por tantas voces que él había sabido
matizar y honrar.
Pero
su destino era ser un maestro oral, como ya no suelen serlo los filósofos.
Dudar de las posibles repercusiones de un magisterio oral sería dudar de los
más eficaces maestros de la historia: de Buda, de Cristo, y de alguien más
cercano a Estanislao, el cada vez más vivo Sócrates.
Ahora
bien, Estanislao nació, como todos los hombres, en una edad de dogmas. Creció
viendo cómo, después de la Biblia y del Corán, también las obras admirables de
Marx y de Freud se convertían en libros sagrados, y dedicó su vida a
fundamentar una actitud hacia los libros, un tipo de lectura, que pudiera
esquivar los peligros del dogmatismo. Parte fundamental de su crítica a esa fe
ciega en la letra impresa, a esa veneración insensata del texto, fue esa
especie de alegre distracción por la suerte de su propia obra. En rigor, no se
proponía una obra, concebida como una suma de textos corregidos e impresos,
sino hacer —como lo logró— de su vida su obra, y dejarla imborrablemente
escrita —pero también viva y cambiante— en los espíritus de aquellos con
quienes le fue dado compartirla. Son todos ellos la primera, la inmediata
inmortalidad de Estanislao en la tierra. No creo que nadie aspire a mayor
inmortalidad que lograr que su voz resuene después en amistosos labios humanos.
No hay mayor premio posible que ser amados por quien nos sobreviva, del mismo
modo que —como decía Chesterton— tal vez ningún hombre puede ser nada más
grande que el amigo de otro hombre.
Muchas
obras escritas y transcritas de Estanislao Zuleta perdurarán, y merecerán sin
duda la admiración de las generaciones, pero son sólo uno de sus muchos
legados. Importan menos las firmes verdades que contienen que el ejercicio de
lucidez que incesantemente ilustran.
Otro
de los fenómenos que encontró Estanislao al asomarse por primera vez a la
filosofía, fue el especioso e infatuado dialecto de muchos filósofos de oficio.
Es posible que la filosofía sea una profesión —entre nosotros hasta la poesía
termina siéndolo- pero en la desnudez de nuestros corazones sabemos que a
leguas por encima de los formalismos académicos y de las ingenuidades
profesorales, el genuino deseo de comprender el mundo, el asombro por sus
misterios y la perplejidad ante nuestro destino no soportan vanas fórmulas ni
se resignan a un lenguaje adocenado o ininteligible. Entendió que el saber debe
acercarse a la vida y que el lenguaje —nacido y vivificado siempre en los
labios iletrados de las multitudes— puede dar razón del mundo por vías más
cálidas y elocuentes que la jerga árida de los especialistas. En Naturaleza y Vida Holderlin lo había
dicho así:
Quien
ha pensado lo más hondo ama lo más vivo.
Uno
de los grandes placeres de la prosa de Estanislao Zuleta es su proximidad a la
vida. No deja de haber en ella uno que otro inevitable término técnico, pero el
amor del pensador por la literatura, su apasionada relación con la poesía (él
mismo fue, más de una vez, un intenso poeta) lo protegieron del riesgo de
perderse en una obra convencional, de abandonar el rumbo de su riesgosa y
afortunada aventura.
Como
su mentor de la infancia, su maestro y amigo Fernando González, Estanislao
pensó que el lenguaje corriente, el lenguaje normal de las calles, podía ser un
vigoroso instrumento de la reflexión, podía ser filosófico. Hablando de
Fernando González, el poeta José Manuel Arango ha escrito:
Usó
para pensarnos el dialecto que hablamos.
No
otra cosa fue lo que hizo Estanislao. Nos pensó en nuestro lenguaje, en los
giros del idioma que hemos conquistado por lalabor de tantas generaciones americanas
aplicadas a transformar y hacer propia la lengua de Castilla. Intentó, como
algunos filósofos griegos, como sir Thomas Browne, como Voltaire, como
Schopenhauer, como Nietzsche, unir la filosofía con la vida, reflexionar al
sol, lejos de los gabinetes glaciales de la academia. Su lenguaje es por eso
tan cercano y tan cálido. A veces sus ejemplos y sus giros son tan graciosos,
tan eficaces en su mordacidad o su ironía, que nos desconciertan. Estanislao es
un maestro, pero es ante todo un amigo, y no habrá quien no sienta su
cordialidad como un don.
Tal
vez termine siendo una conquista americana este esfuerzo por aproximar la
inteligencia a la vida, por sazonar con un poco de reflexión, de perplejidad
metafísica y de gracia verbal el fluir cotidiano de la existencia. Estamos
lejos de soñar con vastos y definitivos sistemas. Maliciosos indígenas,
desconfiamos de las respuestas totales tanto como del Estado —tan bueno en la teoría,
tan oneroso en la práctica—. Somos ladinos, oblicuos, indisciplinados,
individualistas, proclives a la violencia primaria, pero (no todo podía ser
error en este desorden) afortunadamente incapaces del nazismo y de sus
“enciclopedias de la infamia”.
Con
su desdén por la especialización y su vocación de hombre del Renacimiento,
Estanislao es también en esto un ejemplo inquietante de disidencia. No sólo se
situó voluntariamente al margen de la cultura oficial (para llamarla de un modo
excesivo); no sólo se protegió de la escuela apartándose temprano de ella; no
sólo fue el crítico más persistente y consistente de las rebeldes generaciones
que a la vez orientaba: no sólo luchó con su ejemplo contra nuestro alarmante
aislamiento en una cultura de aldea y nos trajo del mundo amplísimo, del
planeta en que vivía, tantos temas de reflexión, tantas tesis y autores: marchó
también a contracorriente de muchas
tendencias de la cultura contemporánea,anticipando críticas históricas que hoy
son los grandes giros de la época y tesis sobre el futuro que hoy comienzan a
ser hechos y movimientos. Tímidos, como buenos hijos de los Andes, nos cuesta
aceptar que un hombre que vivió entre nosotros haya sido una de las
inteligencias más brillantes de la segunda mitad del siglo xx.
Pero
creo que hay todavía otra razón para que Estanislao haya renunciado al lenguaje
escrito como su principal medio de expresión. Él solía recordar que Kant exaltó
la conversación como la más importante de las artes. Kant pensaba que el arte
debe fundirse a la vida, debe impregnar la existencia humana de intensidad y de
sentido, y sólo por ello llegó a esta afirmación sobre el arte verbal. Yo sé
que en nada creyó tanto Estanislao Zuleta como en la conversación y en el
diálogo.Y esto, porque en nada creyó tanto como en la amistad. Hablar suponía
para él una relación directa e inmediata con los otros, relación que
necesariamente pierde quien escribe. Este se relaciona con el texto, pero no
tiene contacto alguno con su lector.
Como
buen colombiano, Estanislao sólo era capaz de relaciones personales. Para él la
filosofía era conversación, diálogo vivo y directo con otros, y la lectura era
apenas un ejercicio de preparación para la gran fiesta del diálogo. No es que
no le gustara escribir, muchas voces lo hizo, y uno de sus libros publicados
consta exclusivamente de textos escritos, entre los cuales está su famoso Elogio de la dificultad, pero
seguramente para él no podía compararse el placer de la escritura con el placer
de compartir inmediatamente con otros las iluminaciones del pensamiento.
Y
sin embargo no creía que su hablar fuera un espectáculo. Alguna vez él, el
hombre más elocuente y el más brillante expositor que yo he conocido, me dijo:
“¿no te ha pasado a veces que frente a ciertas personas no se te ocurre nada?
Es que todo lo que uno dice proviene en realidad del otro, del que escucha.
Sólo si el que está frente a ti te inspira, puedes pensar y crear, puedes
hablar de un tema, y otras cosas se te ocurrirían si fuera otro.” Seguramente
no hablaba de sus conferencias sino de su conversación más silvestre y
corriente, pero ahora entiendo aquella observación como una prueba más de que
al optar por el lenguaje oral Estanislao le estaba siendo fiel a sus más hondas
convicciones y estaba desplegando las verdaderas posibilidades de su ser.
Le
era fiel, además, a su amor por el presente, y a esa vocación democrática que
lo hizo creer siempre en la irreductible dignidad de todo ser humano, hasta el
punto de sentir, seguramente con razón, que la fuerza de su diálogo venía del
otro. Tal vez por eso amaba tanto los Diálogos de Platón. Tal vez por eso su
obra será menos un cúmulo de teorías y verdades que un espléndido ejemplo del
arte de pensar y un ejercicio ejemplar de fe en el futuro de la especie. Tal
vez por eso, aunque el error lo intente, no saldrán de ella dogmas sino hombres
libres, aplicados al goce singular de pensar por sí mismos. Hombres que le
prometan a la tierra “no despreciar
ninguno de sus enigmas” y que sin temor puedan unirse a ella, como Estanislao
Zuleta, “con un lazo mortal”.
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