Se
dice que una aguda y graciosa esclava tracia se rió de Tales porque, mientras
observaba las estrellas y miraba hacia arriba, se cayó en un pozo.
Platón,
Teeteto174a
Se suele considerar que con esta anécdota comienza la historia de la
filosofía.
Tales de Mileto era uno de los sabios más
importantes de Grecia, era una de las siete personas más admiradas por su sabiduría. Algunas otras anécdotas que
han llegado hasta nosotros nos lo presentan como un gran benefactor de su
ciudad, porque, en efecto, su sabiduría había ayudado mucho en los asuntos
políticos y sociales.
Así, por ejemplo, Tales había ayudado al
ejército a vadear un río sin moverse del sitio. Hizo que se construyera una presa río arriba, desvió el cauce del agua y lo situó a espaldas
de los soldados, que gracias a ello pudieron vencer en la batalla.
En otra ocasión, Tales había previsto un
eclipse. Esto demostraba un gran conocimiento de los cielos, algo que resulta de lo más útil para orientarse en el
mar. Otras anécdotas nos hablan de lo útiles que resultaban sus conocimientos
para sus conciudadanos, quienes por eso le admiraban y respetaban.
Pero un día Tales se cayó en un pozo porque iba muy distraído concentrado en sus pensamientos. Y entonces se corrió la voz de que Tales ya no sabía ni
dónde ponía los pies. De hecho, algunos de sus conciudadanos ya hacía tiempo
que desconfiaban de él. Le acusaban de que cada vez estaba más interesado en
saber cosas a las que no se veía ninguna utilidad. Tales de Mileto contestaba
que la cuestión no era si eran útiles o no, sino si eran o no verdad. Si era o
no verdad, por ejemplo, que el agua era el principio de todo, de lo que todo
había comenzado y de lo que todo estaba, en el fondo, compuesto. Estas cosas no
parecían tener ningún interés para la ciudad y no se entendía por qué Tales
perdía tanto tiempo en intentar dilucidarlas. Según él, lo importante no era
saber cosas útiles para la vida ciudadana, sino, sencillamente, saber, saber
por saber, por amor al saber. Por eso, comenzaron a llamarle «filósofo», que en
griego quiere decir «amante del saber».
Le llamaban así sin duda que con cierta sorna y, algunos, con cierto
desprecio y en tono de reproche, porque lo único que veían es que la
«filosofía» apartaba a Tales de los asuntos útiles para la ciudad, que cada vez
podía beneficiarse menos de su sabiduría. Algunos le consideraban ya un viejo
chiflado incapaz no solamente de encaminar los pasos de la ciudad, sino incluso
de encaminar sus propios pasos sin caerse en algún pozo.
Tales decidió entonces dar un escarmiento a sus conciudadanos
de Mileto. Dedujo con acierto que la cosecha de aceitunas de ese año sería
mucho más abundante de lo habitual y, sin decírselo a nadie, fue comprando
todas las prensas para fabricar aceite. Llegó un momento en que todo el mundo
tenía toneladas de aceitunas, pero no podían hacer nada con ellas porque todas
las prensas estaban en manos de Tales, quien aprovechó para alquilarlas a
precio de oro. Así demostró a sus conciudadanos que si él se ocupaba de la
filosofía y no de «cosas útiles» no era porque hubiera perdido la cabeza, sino
porque había descubierto algo mucho más importante que la utilidad, algo mucho
más importante que ganar batallas o que cubrirse de oro. Estaba convencido de
que era algo destinado a cambiar enteramente la vida de esa ciudad y de todas
las ciudades del mundo.
Y tenía razón. Al caerse en ese pozo, Tales había desatado una
fuerza portentosa que en adelante no dejaría de agitar la historia occidental.
Se trataba de la idea de que la vida de la ciudad tuviera su centro de gravedad
en torno a la verdad, la dignidad y la justicia. Se trataba de que, en
adelante, la ciudadanía no se conformara con ganar batallas y perseguir con
éxito sus intereses. Que nada resultase a la ciudad suficientemente bueno si no
era, además de útil o conveniente, justo y verdadero.
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